UNA VIDA POR DELANTE
Lucía Fernández Terol. 4º ESO
I.E.S. Pare Vitòria. Alcoy
Tenía yo 15 años. Cursaba tercero de la ESO, sacaba
buenas notas, salía con mis amigas, la relación con mi
familia era buena…; tenía una vida normal. Ese mismo año,
en las fiestas de mi barrio, salí con mis amigas y conocí a
Javier un chico mayor que yo, alto, moreno de ojos verdes,
era muy atractivo. Él estaba con sus amigos y al final nos
juntamos y pasamos la noche juntos. Le di mi número de
teléfono sin saber lo que me preparaba el destino y al día
siguiente me llamó. Yo no quería saber nada de él, ya que
solo nos juntamos esa noche, pero mis amigas me animaron
a quedar con él ya que era muy mono, así que empezamos a
vernos y a quedar los fines de semana. Poco tiempo después
empezamos una relación.
Al principio todo era muy bonito, salíamos al cine, a
cenar con mis amigas, todo era normal pero meses después
las cosas cambiaron, ya que él al ser mayor se aburría
quedando siempre con mis amigas diciendo que conmigo
era diferente ya que era más madura. Decidió presentarme
a sus amigos, todos de su misma edad. La verdad es que
me integré muy bien con ellos, a pesar de que tuvieran unos
hábitos diferentes a los míos. Ya que no notaban la diferencia
de edad, hablábamos de todo, salíamos y perfectamente
podía ir con ellos de marcha, ya que no tenía problemas en
entrar a las discotecas, cosa que mis amigas sí. El único
problema era que todos tomaban alguna droga, el que no
fumaba porros, consumía cocaína. Siempre estaban de
botellón; eso era un poco lo que me llamaba a ir con ellos ya
que eran experiencias nuevas y, poco a poco, iba entrando
en ese mundo. Al poco tiempo, empecé a fumar tabaco, y
poco después porros, ya que parecían pasarlo bien, al fin y
al cabo, todos lo hacían, es lo que hacen las compañías. En
ese momento empezó mi calvario.
La relación con mis padres cambió; todo eran
discusiones por llegar tarde a casa y en malas condiciones después de salir por la noche, el rendimiento escolar bajó
mucho. Los profesores continuamente llamaban a mis
padres, me enfadaba continuamente con mis amigas por
mis cambios de humor… Solo estaba bien con mi novio a
pesar de que no me dedicaba suficiente tiempo. Excepto en
la noche, que, estando en casa de unos amigos de fiesta,
aprovechó, cuando me pase de porros y alcohol, y me subió
al cuarto. Después de hablar un rato, empezó a tocarme y
la verdad es que no me sentía incómoda, me gustaba esa
sensación de notar sus manos sobre mi cuerpo y pasó…
tuve mi primera experiencia con el sexo. Ese día le dije
a mi madre que dormía en casa de una amiga, pero en
realidad dormía allí, y cuando desperté vi la situación en la
que me encontraba, me di cuenta de lo que había pasado
y algo dentro de mí cambió. Cogí mis cosas y me dirigí a
mi casa. Mi madre se dio cuenta de que algo malo pasaba,
y entre lágrimas le conté lo que me estaba ocurriendo. Mi
madre me habló sobre las consecuencias de las drogas,
del sexo. Me castigó, incluso me prohibió ver a Javier, y
continuamente llamaba al instituto para ver si asistía. Él
me llamaba y yo, confundida por la situación, no sabía si
descolgarle el teléfono o dejarlo pasar y salir de ese mundo
para volver a mi vida normal. Le prometí a mi madre que
no lo vería más, y durante un tiempo estuve muy bien, ya
que mi rendimiento escolar volvió a subir y ya no fumaba.
Pero las ansias de verlo podían conmigo y nos veíamos
a escondidas. Después de todo lo sucedido haciendo un
esfuerzo, y gracias a la constante ayuda de mi madre,
conseguí sacarme el curso. Por fin era verano y parecía
que las aguas volvían a su cauce. Pero la gota que colmó el
vaso fue cuando al no llegarme la menstruación descubrí
que estaba embarazada de tres meses. No me di cuenta
hasta después de la prueba, ya que la tenía muy irregular,
pero no me preocupaba porque las siguientes relaciones
que tuve con Javier las practiqué con seguridad. Hable
con él, me dijo que no podía ser, que ese hijo no era suyo,
que no pensaba hacerse cargo porque tenía 20 años y un
bebé era una carga muy pesada que no podía soportar.
Fue un golpe muy duro, me sentí desesperada, acorralada.
Se lo conté a mi madre, estuvo a punto de denunciarlo y
después de hablarlo me llevó a planificación familiar, pero
era demasiado tarde, el embarazo estaba muy avanzado
y tenía que hacerme responsable del bebé. La situación fue difícil psicológicamente porque era una niña y tuve
miedo. Javier desapareció y no he vuelto a saber de él.
Fueron momentos duros, pero, a pesar de saber lo que se
me venía encima, una parte de mí era feliz porque iba a
ser mamá. Estuve bajo atención médica durante todo el
embarazo. En septiembre no empecé el curso, estuve en
mi casa ayudando a mi madre. En el instituto y el barrio
todos comentaban mi historia, pero no me importaba,
había conseguido salir del infierno en que me metí y era
feliz, porque mi familia y la gente que más quería estaba a
mi lado a pesar de las consecuencias. Pasaron los meses
y tuve una niña preciosa a la que llamé Isabel como mi
madre.
Ha pasado un año y he vuelto a estudiar, me estoy
sacando el graduado. Conté la experiencia a mis amigas
para que no cometieran el mismo error que yo. A pesar de
todo, estoy feliz y tengo una vida muy normal porque mi
gente me ha ayudado mucho y eso ha sido fundamental
para salir adelante. Además he descubierto que, a pesar
del precio que he pagado, tengo toda una vida por delante
junto a mi hija y mi familia.
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